“Y ahora, israelitas, ¿qué pide de ustedes el Señor su Dios? Solamente que lo honren y que sigan todos sus caminos; que lo adoren y que lo amen con todo su corazón y con toda su alma, y que cumplan sus mandamientos para que les vaya bien.” (Deuteronomio 10:12-13)
Lo que nuestro Padre pide de nosotras es que lo honremos, lo obedezcamos, lo adoremos y lo amemos con un corazón sincero. Él nos ama tanto que desea que nos vaya bien en todo lo que hagamos. Pero cuando vivimos fuera de su voluntad y quebrantamos las leyes que estableció para nuestro bien, abrimos la puerta al enemigo que siempre está al acecho y le damos lugar para traer destrucción a nuestras vidas.
En estos tiempos se habla mucho acerca de la prosperidad. Pero, ¿realmente entendemos cuál es la prosperidad que viene de Dios?
El mundo la define como tener mucho dinero, posesiones y placeres. Pero muchas veces esa “prosperidad” termina siendo una carga, porque en el afán de acumular riquezas se sacrifican valores, relaciones y hasta la paz interior. Y lo más triste es que se olvida que el dinero jamás podrá dar el verdadero valor ni llenar el vacío del corazón.
Tener dinero no es malo, Dios nos puso en este mundo material y necesitamos recursos para vivir, pero cuando el dinero se convierte en el centro de nuestra vida, en un motivo de orgullo o superioridad, esa ya no es la prosperidad que agrada a Dios.
La verdadera prosperidad es integral: incluye la unión familiar, la paz en el corazón, la salud, las amistades y también las bendiciones materiales. Pero todo esto solo fluye cuando Dios ocupa el primer lugar. Él nos dejó sus mandamientos no para limitarnos, sino para guardarnos de caer en trampas que nos roban la verdadera bendición.
Prosperidad es amar y obedecer
Dios nos llama a honrarlo con amor sincero, y ese amor se refleja en cómo tratamos a los demás. La Biblia es clara: “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso” (1 Juan 4:20).
Cuando vivimos en amor, no queremos herir ni ofender. Y ese amor abre el camino para que la bendición fluya sin obstáculos.
Prosperidad es compartir
El Señor también nos recuerda: “Si al recoger la cosecha de su campo se olvidan de un manojo, no regresen a buscarlo; déjenlo para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que el Señor su Dios los bendiga en todo lo que hagan” (Deuteronomio 24:19).
¡Qué hermoso! Dios nos muestra que ser generosas abre las puertas de la bendición. Cuando compartimos lo que tenemos, aunque parezca poco, Él promete multiplicarlo.
Prosperidad es paz y alegría
La Palabra dice: “La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo” (Proverbios 10:22).
Eso significa que lo que viene de Dios no trae angustia, división ni tristeza, sino gozo y seguridad. Esa es la prosperidad verdadera, la que llena el alma y no depende de las circunstancias.
Prosperidad es salud espiritual y física
Juan le escribió a Gayo: “Querido hermano, pido a Dios que, así como te va bien espiritualmente, te vaya bien en todo y tengas buena salud” (3 Juan 2).
Tu bienestar integral comienza con tu espíritu. Cuando estamos en paz con Dios, cuando perdonamos y dejamos ir cargas del corazón, hasta nuestro cuerpo lo refleja con salud y fortaleza.
Prosperidad es buscar primero a Dios
Jesús mismo nos dio la clave: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).
Si ponemos a Dios en el centro, Él se encarga de proveer todo lo demás, no solo en lo espiritual, sino también en lo material. Nuestro Padre conoce nuestras necesidades diarias y desea suplirlas con amor, porque es un Dios que cuida de sus hijas en cada detalle. Pero su propósito no termina ahí, Él nos bendice para que también seamos canal de bendición hacia otros. Nuestro llamado es confiar, orar con fe y esperar con paciencia, sabiendo que cada promesa de su Palabra es verdadera y que cuando recibimos con gratitud, también podemos dar con generosidad.
“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” (Mateo 7:8).
La prosperidad que Él quiere para ti es abundancia de amor, paz, salud, propósito y gozo en el alma. Busca a Jesús con todo tu corazón y confía en que Él, a su tiempo, añadirá todo lo que necesites. No depende de cuánto dinero tengas, ni de lo que el mundo diga que es éxito. La verdadera prosperidad se refleja en un corazón agradecido, en un hogar lleno de amor, en amistades sinceras y en la paz de saber que tu vida está en las manos del Padre.
Recuerda que cada paso de obediencia abre puertas de bendición. Cuando eliges amar, perdonar y servir, estás sembrando semillas que traerán una cosecha abundante. Quizás no la veas de inmediato, pero Dios es fiel, y en su tiempo perfecto recompensará tu fidelidad.
Así que levántate cada día con esperanza, confiando en que el Señor es tu proveedor y tu sustento. No temas al futuro ni te compares con nadie. La prosperidad de Dios está en tu camino, y es mucho más valiosa que cualquier riqueza pasajera; es vida plena, es gozo eterno y es la certeza de que Él nunca te dejará.