“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” — Hebreos 11:6
La fe no es simplemente una emoción o una idea abstracta. Es la certeza de que Dios nos escucha y nos responde, siempre y cuando nuestra petición esté alineada con su voluntad y con el propósito eterno que tiene para nuestras vidas. Cuando pedimos desde el ego o desde la vanagloria, lo más probable es que no recibamos lo que anhelamos. Pero no porque Dios no nos ame, sino precisamente porque su amor es perfecto y sabe lo que nuestra alma necesita.
Él conoce el futuro. Sabe si algo que hoy anhelamos puede lastimarnos mañana. Nos ha dado libertad de elección, y si insistimos en lograr algo por nuestras propias fuerzas, aún cuando esté fuera de su voluntad, las consecuencias pueden ser dolorosas.
El deseo de Dios es que vivamos en paz, que prosperemos y tengamos salud, que disfrutemos su bendición en cada área de nuestra vida. Sin embargo, somos nosotras quienes decidimos si caminar dentro de su voluntad o fuera de ella. Él espera que lo busquemos con un corazón sincero, lleno de humildad y confianza. Y cuando nos acercamos, lo encontramos. Porque Él es nuestro Padre, y se deleita en recompensar a quienes lo buscan con amor.
Vivimos tiempos difíciles. La salud, la economía y la política se tambalean. Pero debemos recordar que ningún gobierno ni líder humano podrá dar solución a los problemas que enfrentamos. Solo Dios, en su poder y soberanía, puede sanar la tierra, levantar naciones, y restaurar lo perdido. Sin embargo, la humanidad continúa dándole la espalda, abrazando aquello que Él aborrece, atándose cada vez más al dolor.
Pero aún en medio del caos, hay esperanza. Dios está viendo los corazones sinceros de hombres y mujeres que se han rendido a su amor y esperan sus promesas. En la prueba, la fe se fortalece. Abraham creyó contra toda esperanza, y fue bendecido. Así también tú y yo; como el oro se purifica en el fuego, nuestra fe se fortalece cuando atravesamos las pruebas aferradas a su amor.
“Nosotros amamos porque Él nos amó primero.” — 1 Juan 4:19
La fe nace del amor. Si no amamos a Dios, no podemos creerle verdaderamente. Pero no es nuestro amor limitado el que lo logra, sino el Espíritu Santo, quien nos llena de su amor para que podamos amarle y confiar en Él. Su amor es tan grande, que aun siendo pecadoras, entregó a su Hijo por nosotras, para salvarnos y darnos vida en abundancia.
“Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve.” — Hebreos 11:1
La fe es confianza plena. A veces Dios tarda en responder, no porque se haya olvidado, sino porque en el proceso nos está formando. Él concede los anhelos del corazón cuando están alineados a su voluntad y traen bendición no solo para nosotras, sino también para quienes nos rodean.
“Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.” — Romanos 10:17
Para crecer en fe, debemos conocer las promesas de Jesús. La fe no viene de lo que otros nos dicen, sino de lo que nosotras mismas escuchamos de la Palabra de Dios. Es vital leerla, escudriñarla y vivirla. En un mundo lleno de ruido, mentiras y superficialidad, solo su Palabra nos da luz y dirección. Así como el cuerpo necesita alimento para vivir, nuestra alma necesita la Palabra para vivir en plenitud.
“El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” — Juan 10:10
Satanás es el padre de la mentira. Quiere destruir la obra hermosa que Dios ha hecho en ti. Pero Jesús vino para darte vida verdadera: paz, gozo, propósito y eternidad.
“Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todos los dardos encendidos del maligno.” — Efesios 6:16
La fe es nuestro escudo. Cuando vivimos en intimidad con Dios, nada ni nadie puede quitarnos lo que Él nos ha prometido. Satanás siembra duda, pero una fe firme lo desarma por completo.
Mujer amada por Dios,
Te animo a permanecer firme. No mires las circunstancias, pon tu mirada en Jesús. Alimenta tu alma con su Palabra, y ora conforme a su voluntad. La fe te sostendrá. Y Él jamás te defraudará.
“Dios no es hombre, para que mienta… ¿No lo dijo? ¿No lo hará?” — Números 23:19