“Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Timoteo 1:7)
Cuando nos invade el desánimo, sentimos que nada tiene sentido y que estamos a un paso de caer en las garras de la depresión. Pablo anima al joven Timoteo a mantenerse firme en el amor a Jesús, pues eran tiempos muy difíciles para los cristianos que sufrían persecución, y más aún para aquellos que predicaban el mensaje de la salvación. Le recuerda que el Espíritu Santo mora en él, y por lo tanto no puede haber temor, cobardía, timidez o desánimo.
Muchas veces nos cuesta comprender lo que significa el poder que Dios nos ha dado. No es el poder del mundo, es un poder mayor que se activa cuando realmente vivimos por fe. Las preocupaciones de la vida suelen desanimarnos, pues constantemente recibimos información negativa que nos desalienta e impide avanzar hacia el propósito de Dios. Nos enfocamos en lo pequeño y olvidamos que pertenecemos a un Dios todopoderoso, omnipotente, omnisciente y omnipresente.
Cuando sentimos que la vida se estanca y todo parece oscuro, debemos apropiarnos del poder que vence la tristeza, la angustia y la ansiedad. Pablo nos lo recuerda en Romanos 8:37: “Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” Jesús nos amó tanto que entregó su vida por nosotros, y esa debería ser razón suficiente para no permitir que el desánimo y la tristeza nos dominen.
Además, Dios nos ha dado amor y dominio propio. El amor todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor a Jesús nos lleva a creer en sus promesas, a esperar con paciencia y a soportar los momentos difíciles. El dominio propio nos ayuda a tomar control de nuestras emociones, podemos decidir dejarnos vencer o levantarnos en victoria. Dios nos dio libre albedrío y nos entregó su Palabra; depende de nosotros creerla y hacerla realidad en nuestra vida.
“El da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su vigor. Hasta los jóvenes se cansan y se fatigan, hasta los más fuertes llegan a caer; pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas, volarán como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán.” (Isaías 40:29-31)
Es humano deprimirse, preocuparse y desanimarse, pero tenemos un Dios que conoce nuestras debilidades. En 2 Corintios 12:9 Pablo nos recuerda: “ Pero el Señor me ha dicho: Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra mejor en la debilidad. Así que me alegro de ser débil, para que en mí se muestre el poder de Cristo.” No debemos sentirnos mal por ser débiles; nuestra naturaleza humana no nos permite salir por nosotros mismos de circunstancias que aprisionan el alma. Solo cuando reconocemos con humildad nuestras flaquezas se manifiesta el poder de Cristo. Como dice Joel 3:10: “Diga el débil: ¡Fuerte soy!” Y es que somos fuertes en Jesús.
Nuestro cuerpo se desgasta, se enferma y envejece, pero nuestro espíritu debe mantenerse firme y en constante renovación. “No vivan según los criterios de este mundo. Al contrario, transfórmense mediante la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, agradable y perfecto.” (Romanos 12:2)
Hoy vivimos tiempos de tristeza y dolor. Los noticieros muestran a diario la crisis del mundo, y mientras los cristianos permanezcamos pasivos, batallando solo con nuestras propias luchas, la oscuridad avanzará. Necesitamos levantar el ánimo, confiar plenamente en que el Señor tiene el control, y vivir con el poder y la autoridad que Él nos ha dado para cumplir nuestro llamado: amar.
La crisis económica, las enfermedades, los problemas familiares y sociales pueden nublar nuestra visión y hacernos dudar del amor de Dios. Sin embargo, Él no nos abandona, sino que nos invita a llevarle nuestras cargas, prometiendo darnos descanso. Es fácil dejarnos vencer, pero las consecuencias pueden ser graves: frustración, amargura, desesperanza e incluso, en casos extremos, el suicidio. Jesús nos recuerda: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni tengan miedo.” (Juan 14:27)
Recordemos que Satanás es nuestro enemigo y siempre está al acecho. Envía dardos venenosos a nuestra mente, y si no estamos protegidos con el escudo de la fe y el casco de la salvación, creeremos sus mentiras. “Sobre todo, tomen el escudo de la fe, con el cual podrán apagar todas las flechas encendidas del maligno. Pónganse la salvación como casco y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.” (Efesios 6:16-17)
El gozo es un fruto del Espíritu Santo. Dios desea que estemos alegres, porque donde hay gozo, allí está su Espíritu. Él se manifiesta en la alabanza. Por eso, alabémosle y permitamos que su presencia inunde nuestra vida con paz. “Estén siempre alegres en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (Filipenses 4:4)
En lugar de enfocarnos en lo que nos falta, demos gracias por lo que tenemos y confiemos en que nuestro Padre suplirá cada necesidad, tanto espiritual como material. Él quiere darnos lo que pedimos, siempre que sea de provecho y traiga paz a nuestra vida.
“El Señor tu Dios está en medio de ti. ¡Él es poderoso y te salvará! Con su amor te dará nueva vida; en su alegría cantará como en día de fiesta.” (Sofonías 3:17)
¡Ánimo! ¡No te dejes vencer! Dios ya te dio el poder, el amor y el dominio propio para vivir en victoria.