“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a mí en oración, y yo los escucharé.” (Jeremías 29:11)
La esperanza es como una luz encendida en medio del valle más oscuro. Viene de la palabra “esperar”, y eso es exactamente lo que implica; estar a la expectativa de algo que sabemos, por fe, que va a suceder. Es una compañera inseparable de la fe, porque la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que aún no se ve. Para tener verdadera esperanza, primero debemos creerle a Dios.
A lo largo de la vida, muchas veces hemos confiado en promesas hechas por personas. A veces se cumplen, otras veces no. El ser humano es limitado, cambia de parecer, olvida, se cansa o incluso miente. Pero Dios no es así. Él no falla. Cuando Él promete, cumple. Su fidelidad no depende de nuestros méritos, sino de Su carácter eterno, justo y lleno de amor.
“Cuando ya no había esperanza, Abraham creyó y tuvo esperanza, y así vino a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que Dios le había dicho…” (Romanos 4:18)
Abraham es un ejemplo hermoso de lo que significa esperar con fe. Aunque él y Sara eran ancianos, y aún no habían tenido hijos, él creyó en lo imposible, porque sabía que Dios es capaz de cumplir lo que promete. Esa fe sencilla, firme y silenciosa lo convirtió en el padre de una gran nación, y parte de esa promesa es también para ti y para mí. Somos hijas de la fe, herederas de la gracia.
“Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta…” (Números 23:19)
Cada promesa escrita en la Palabra de Dios está viva. Él prometió a su Hijo para salvación del mundo, y lo cumplió. Jesús prometió al Espíritu Santo, y fue enviado para guiarnos, consolarnos, fortalecernos y renovar en nosotras la esperanza, cuando nuestras fuerzas flaquean.
“Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Corintios 13:13)
Y es que todo empieza con el amor. No podemos tener una fe viva ni una esperanza sólida si no amamos a Dios. El amor es el cimiento que sostiene nuestra alma. Cuando el amor de Dios nos llena, podemos confiar, creer y esperar sin temor. Porque quien ama, conoce a Dios; y quien conoce a Dios, aprende a descansar en Su voluntad.
“Pero el Señor los espera para tener compasión de ustedes; Él está ansioso por mostrarles su amor…” (Isaías 30:18)
Qué maravilla saber que no solo nosotras esperamos en Dios, sino que también Él espera por nosotras. Él nos aguarda con paciencia, con ternura, con brazos abiertos. Nos llama a volver a Él con humildad, con obediencia, con fe. Y cuando lo hacemos, nuestras vidas se alinean con Su propósito, y comenzamos a ver el cumplimiento de lo que tanto hemos anhelado.
Dios es omnipotente, omnipresente y omnisciente. Él conoce nuestras luchas, nuestros temores, nuestras dudas. Y también conoce los planes del enemigo, que intentará robarnos la esperanza con sus mentiras. Pero si nos mantenemos firmes, si decidimos confiar y vivir conforme a Su Palabra, ni las circunstancias ni el tiempo podrán apagar lo que Dios ha dicho sobre nuestra vida.
“Bendito el hombre que confía en mí, que pone en mí su esperanza…” (Jeremías 17:7–8)
Somos como árboles plantados junto al río. Nuestras raíces profundas en la Palabra, nuestra savia alimentada por el amor del Padre. Y aunque vengan tiempos de sequía, no nos secamos. Aunque llegue el calor de las pruebas, no nos marchitamos. Seguimos dando fruto, porque nuestra confianza está puesta en Él.
Dios no solo ve tu necesidad, la entiende profundamente. Él conoce cada rincón de tu alma, cada oración que no logras pronunciar. Él desea suplir todo lo que te falta: paz, fortaleza, consuelo, provisión. Él es tu fuente, tu refugio, tu todo. No temas pedirle. Acércate con libertad al trono de la gracia, porque Jesús ya abrió el camino por ti.
“Pidan, y recibirán, para que su alegría sea completa…” (Juan 16:23–24)
Jesús nos dejó un legado de acceso directo al Padre. No estás sola. No estás olvidada. No estás esperando en vano. Aún si todo parece estar detenido, el cielo sigue obrando a tu favor. Confía, camina, sigue creyendo. La promesa llegará.
“¡Ten confianza en el Señor! ¡Ten valor, no te desanimes! ¡Sí, ten confianza en el Señor!” (Salmo 27:14)