Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado.” (Jeremías 1:5)
¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Tengo algo especial que aportar? Muchas veces nos hemos hecho estás preguntas y no encontramos las respuestas.
Aunque el mundo da respuestas que parecen bonitas, muchas de ellas terminan por vaciarnos aún más. Nos dicen que somos lo que logramos, lo que pensamos, lo que tenemos, o lo que los demás piensan de nosotras. Pero cuando todo eso se tambalea, cuando fallamos, perdemos, nos critican o simplemente no alcanzamos las expectativas, nos quedamos con un vacío más profundo.
Porque ninguna identidad construida sobre lo externo puede sostener el alma. Solo cuando volvemos a la fuente, al corazón de nuestro Creador, podemos recordar quiénes somos de verdad; hijas amadas, valoradas no por lo que hacemos, sino por quiénes somos en Él. Ahí comienza la verdadera plenitud.
Tu identidad no se construye, se descubre. Ya fuiste diseñada con amor, intencionalidad y propósito eterno. No estás aquí por casualidad, ni eres un número más. Eres una hija del Dios Altísimo, creada a su imagen, y eso ya te da un valor que no necesita ser validado por nada externo.
Muchas veces cargamos con la idea de que tenemos que encontrar “el gran propósito de nuestras vidas” como si fuera una meta difícil, lejana o misteriosa. Pero el propósito no siempre es un escenario, ni una plataforma. A veces, el propósito se manifiesta en lo cotidiano en esa conversación que levanta a alguien, en ese abrazo que sana, en ese plato de comida preparado con amor, o en ese talento creativo que compartes con otros.
Tu propósito está ligado a lo que amas, a lo que se te da naturalmente, y al impacto que puedes dejar en los demás.
Dios no nos muestra todo de una vez. Él revela nuestra identidad paso a paso, mientras caminamos con Él. A veces lo hace en la intimidad de la oración, otras a través del dolor, y muchas veces en los detalles del día a día.
Si te sientes perdida, confundida, o estancada, no te condenes. Estás en proceso. Y Dios no tiene prisa, Él tiene propósito.
Empieza por preguntarle cada mañana: “Señor, ¿quién soy yo en Ti? ¿Qué pusiste en mí que puede bendecir a otros hoy?” Y verás cómo poco a poco, se enciende esa luz que tanto buscabas afuera.
Algunas señales de que estás alineándote con tu identidad:
Sientes paz interior, aunque haya retos.
Haces cosas que nutren tu alma y bendicen a otros.
No compites, compartes.
Agradeces por lo que eres, sin compararte.
Te sientes libre para ser tú misma, sin máscaras.
Recuerda...
No eres el rol que ocupas (madre, esposa, hija, trabajadora), eres mucho más.
Tu historia con todos los altibajos no te descalifica, te prepara.
Tu valor no está en cuánto haces, sino en quién te creó.
Tú eres una mujer amada, pensada y llamada con propósito. Dios te creó única. Nadie puede ocupar tu lugar.
"Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable." (1 Pedro 2:9)
Preguntas para meditar sobre Identidad y Propósito:
¿Quién creo que soy cuando estoy a solas conmigo misma? ¿Esa imagen coincide con lo que Dios dice de mí en Su Palabra?
¿He puesto mi valor en algo externo (mi apariencia, mi trabajo, la aprobación de otros) en lugar de en mi identidad como hija de Dios?
¿Qué dones, talentos o pasiones ha puesto Dios en mí que podrían estar dormidos o sin usar?
¿Qué circunstancias de mi vida pasada han marcado mi manera de verme a mí misma? ¿Necesito sanar alguna herida para poder avanzar?
¿Cómo sería mi día a día si creyera con firmeza que tengo un propósito divino, incluso en lo más cotidiano?
¿Hay áreas de mi vida en las que me siento estancada o desconectada de mi propósito? ¿Se lo he entregado en oración al Señor?
¿Estoy siendo intencional en buscar al Señor para conocer Su plan para mi vida, o me estoy dejando llevar por la rutina?
¿Qué mujeres a mi alrededor me inspiran a vivir con propósito? ¿Qué admiro de ellas?
¿Cómo puedo empezar hoy, con lo que tengo y donde estoy, a caminar en mi propósito?
¿Qué le diría a mi “yo” más joven o a otra mujer que se siente perdida respecto a su propósito?
Cada una de nosotras tiene una historia única, marcada por momentos de gozo y también de dolor. Pero más allá de todo lo que hemos vivido, hay una verdad firme que no cambia; eres profundamente amada por Dios, y fuiste creada con intención y propósito.
Tal vez no tengas todas las respuestas ahora, y está bien. El primer paso es abrir tu corazón y dejar que el Señor te muestre, paso a paso, el camino que ha preparado para ti. No estás sola. Él camina contigo, te restaura, te afirma, y te equipa.
Permítete descubrir quién eres en Jesús, y abraza con valentía el propósito que Él ha sembrado en ti. No importa tu edad, tu pasado, ni tus limitaciones humanas. El Dios que te llama es fiel, y si Él te ha llamado, también te capacitará.
Fuiste creada para resplandecer. No con una luz prestada, ni fingida, sino con esa luz única que Dios depositó en ti desde antes de que nacieras. Aun en medio de las pruebas, el cansancio o las inseguridades, hay un brillo en tu alma que espera ser avivado. No permitas que el miedo, la culpa o la comparación apaguen lo que el Señor encendió en ti. Resplandecer no es impresionar, es revelar a Jesús en ti, con tu ternura, tu fortaleza, tu compasión y tu fe. Levántate, camina con dignidad, y deja que tu vida ilumine el camino de otras.