En un mundo donde muchas veces se espera que la mujer sea siempre complaciente, silenciosa o “agradable”, hablar con firmeza, pero sin herir, es un acto de valentía y madurez. La asertividad no es dureza ni arrogancia, tampoco es resignación o silencio. Es el equilibrio divino entre la verdad y el amor.
Ser asertiva significa poder expresar tus pensamientos, emociones y necesidades con respeto por ti misma y por los demás. No se trata de imponer tu verdad, sino de no traicionarla.Las mujeres guardamos palabras para no incomodar, para evitar conflictos o por miedo al rechazo. Pero esa voz reprimida comienza a causar dolor, resentimiento, cansancio, ansiedad. En el silencio constante, el alma se marchita. Y no fuimos creadas para vivir reprimidas, sino para florecer.
Jesús fue un ejemplo perfecto de asertividad. Nunca hirió con sus palabras, pero tampoco retrocedió ante la verdad. Él supo cuándo hablar con firmeza y cuándo guardar silencio. Sus palabras siempre edificaban, aún cuando corregían.
Decir lo que sientes no te hace menos espiritual. Ser firme no te quita dulzura. La sabiduría está en saber cómo y cuándo decirlo. A veces basta con cambiar el tono, otras veces con esperar el momento adecuado.Aquí tienes algunos ejemplos:
En vez de decir: "Tú nunca me escuchas", puedes decir: “Me siento ignorada cuando no prestas atención a lo que digo.”
En vez de: "Estoy harta de esto", podrías decir: “Esta situación me está agotando y necesito que hablemos para mejorarla.”
La asertividad no es una reacción impulsiva, sino una respuesta consciente y pacífica.La verdad sin amor es dureza. El amor sin verdad es debilidad. No estás llamada a esconder tus sentimientos, ni tampoco a lanzarlos como piedras. Estás llamada a ser una mujer que edifica con su voz, que siembra paz incluso cuando corrige, y que no tiene miedo de expresar su verdad porque lo hace desde un corazón sano.Recuerda lo que dice Efesios 4:15:“Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.”
Cuando aprendes a comunicarte de forma asertiva:
Te respetas y haces que otros también lo hagan.
Fortaleces tus vínculos, porque ya no hay máscaras ni resentimientos.
Reflejas el carácter de Cristo, lleno de verdad y gracia.
No naciste para agradar a todos
Es imposible vivir en paz si estás tratando de que nadie se moleste contigo. Esa necesidad constante de aprobación puede llevarte a negar lo que sientes, a aceptar situaciones injustas o a quedarte en lugares donde tu alma se apaga. Ser asertiva es también reconocer tu valor en Dios y entender que no necesitas la aprobación de todos cuando ya has sido aceptada por Aquel que te creó.
Hablar desde la herida o desde la sanidad
Cuando no hemos sanado, nuestras palabras salen como cuchillos o como lágrimas contenidas. Pero cuando Dios sana nuestro corazón, nuestras palabras se vuelven bálsamo. La asertividad sana no nace del enojo reprimido, sino de una identidad afirmada en Jesús. Cuanto más sana estás por dentro, más capaces serán tus palabras de poner límites sin levantar muros.
No todo requiere respuesta inmediata
La asertividad también sabe esperar. No todo debe decirse en el momento de la emoción. Hay veces en que el mejor acto de madurez es guardar silencio momentáneo para luego hablar con claridad y serenidad. No es cobardía, es sabiduría. “El que tarda en airarse es grande de entendimiento” (Proverbios 14:29). Eres luz, incluso cuando dices “no”
Decir “no” con respeto y seguridad también es parte de tu luz. No siempre vas a estar disponible, de acuerdo o cómoda con todo lo que los demás esperan. Y está bien. Jesús mismo se apartaba de las multitudes para orar, descansaba y ponía límites. No por egoísmo, sino porque entendía que su sí tenía más valor cuando su no también era respetado. Tú también puedes aprender a decir “no” sin culpa, y seguir brillando.
No temas hablar. No temas decir “esto me duele”, “esto no lo acepto”, “esto necesito”, o simplemente “gracias, pero no”. No es egoísmo; es respeto. Es amor. Es obediencia al llamado de vivir en la verdad.
Aprender a recibir la verdad con gracia
Así como es importante aprender a hablar con asertividad, también es un acto de madurez aprender arecibir las palabras asertivas de otros sin ponernos a la defensiva. No siempre es fácil. A veces nos duele cuando alguien nos dice con respeto algo que no esperábamos escuchar. Una necesidad, un límite o una corrección. Pero si escuchamos con el corazón abierto, esas palabras pueden ser una bendición.
Cuando alguien se atreve a hablarnos con franqueza, sin ofender, está confiando en nosotras. Está valorando la relación. En lugar de responder con orgullo o justificaciones, podemos decir “Gracias por decírmelo con respeto. Lo voy a reflexionar”. Esa actitud no solo honra a la otra persona, sino que demuestra el carácter de Cristo en nosotras.
Recuerda lo que dice Proverbios 27:6: “Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece.” Aceptar una palabra clara, dicha en amor, es un acto de humildad que abre puertas a relaciones más sanas y profundas. No todo lo que nos dicen es perfecto o fácil de tragar, pero cuando viene con respeto, merece ser considerado con sabiduría.
Ser una mujer que resplandece también implica ser una mujer que sabe escuchar sin ofenderse, discernir sin juzgar y responder con mansedumbre. Así como queremos que los demás escuchen nuestra voz con empatía, seamos nosotras también un terreno fértil donde la verdad pueda echar raíces.
Asertividad no es gritar. Es hablar desde la certeza de que tu alma vale, porque le pertenece al Señor. Es vivir con el corazón alineado a la verdad de Dios y sabiduría. Resplandece mujer; tu voz tiene poder. No temas decir la verdad con amor. Es parte de tu brillo.