“Pero si ustedes se niegan a servir al Señor, hoy mismo escojan a quién van a servir: si a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes habitan. Pero yo y mi familia serviremos al Señor.” (Josué 24:15)
Antes de morir, Josué desafió al pueblo de Israel a decidir: servir al único Dios verdadero o seguir a otros dioses. Él y su familia se mantuvieron fieles hasta el final, y su ejemplo inspiró al pueblo a hacer lo mismo.
Hoy, la familia enfrenta desafíos similares; bombardeos constantes de mensajes que promueven el consumismo, la independencia sin límites, y el materialismo como fuente de felicidad. Los hijos reciben muchas cosas materiales, pero carecen de la guía y presencia de sus padres.
Dios quiere que la familia refleje Su amor
En el matrimonio, la unidad como un solo cuerpo.
En los hijos, seguridad, amor y valores sólidos.
Debemos luchar para que Satanás no siembre división. Esto requiere:
Mantenernos unidos, sin secretos.
Hacer de la comunicación nuestra mejor aliada.
Aceptar virtudes y debilidades de cada miembro.
Practicar paciencia en las pruebas.
Mantener la fe firme y la confianza en Dios.
El amor es la fuerza que mantiene unida a la familia:
“El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor. No se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13:4-7)
Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de amar así y que podamos declarar con convicción “Mi familia y yo serviremos al Señor.”
Protegiendo el diseño divino para la familia
Dios creó la familia como base de la sociedad y como el lugar donde Su amor se manifiesta. Sin embargo, el enemigo sabe que si destruye la familia, debilita toda la sociedad. Por eso es vital ser intencionales en proteger la unidad familiar; orar juntos, leer la Palabra y fomentar conversaciones sinceras.
Un hogar no pierde su fuerza por la ausencia de un esposo o figura paterna, pues Dios mismo puede ser el sustento: “Un hogar que, aunque falte la figura paterna, sea sostenido por el amor del Padre.”
La verdadera prosperidad no se mide por lo que tenemos, sino por a quién servimos. Una familia que busca primero el Reino de Dios recibe dirección, provisión y protección.
Para que nuestras futuras generaciones sigan al Señor, debemos sembrar en ellas la Palabra con nuestro ejemplo y vida diaria. Que vean en nosotros amor, perdón y servicio a Dios, no solo palabras.
Servir al Señor no se limita a la iglesia ; servir también significa vivir nuestra fe en la vida cotidiana, en cada decisión, palabra y acción. Es mostrar amor, paciencia y justicia en el hogar, en el trabajo, con los vecinos y en cualquier entorno en el que nos encontremos. Cada acto de bondad, cada gesto de comprensión y cada palabra de aliento son oportunidades de servir a Dios y reflejar su carácter ante los demás. Así, nuestra familia y nosotros nos convertimos en un testimonio vivo de Su amor, impactando positivamente nuestro entorno.
La bendición de un hogar unido en Cristo
“Tú, Señor, eres Dios. Tus palabras son verdad, y tú has prometido a tu siervo tanta bondad. Ahora, pues, Señor, bendice a tu siervo y a su familia para siempre; que tu favor permanezca sobre ellos. Sí, Señor, tú lo has prometido, y con tu bendición la familia de tu siervo será bendita para siempre.” (2 Samuel 7:28-29)
Jesús nos asegura:
“Y todo lo que pidan en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si piden algo en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14:13-14)
Cada día debemos pedir la bendición de Dios sobre nuestro hogar. Él tiene planes de bienestar y esperanza para nosotros:
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11)
El hogar es un regalo de Dios, un lugar de seguridad y amor donde podemos manifestar afecto y recibirlo. Para dirigir correctamente a nuestra familia, necesitamos una relación genuina con Jesús y buscar Su guía en todas nuestras decisiones en le matrimonio, con los hijos, las finanzas y vida diaria.
Jesús nos invita a ser prudentes:
“Por tanto, el que me oye y pone en práctica lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, pero la casa no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre la roca.” (Mateo 7:24-25)
Debemos someternos a Dios para que Su gloria permanezca en nuestro hogar
“Porque todas las cosas proceden de él, existen por medio de él y están destinadas a él. ¡Gloria a él por siempre! Amén.” (Romanos 11:36)
Un hogar centrado en Cristo tiene perdón, armonía y alegría. Pero cuando Él no es el centro, se llenará de rencor, pleitos y tristeza, y la familia será frágil ante cualquier adversidad.
“Si una familia está dividida, no podrá sostenerse.” (Marcos 3:25)
Cuando dependemos de Él, nos promete protección:
“No te sobrevendrá ningún mal, ni la plaga tocará tu hogar.” (Salmo 91:10)
Pongamos a Jesús como el centro de nuestro hogar. Recibiremos su bendición y cumpliremos el propósito divino de fortalecer la familia, siendo un refugio de amor, fe y esperanza en medio de un mundo que cada día se aleja de Dios.
Que cada día podamos orar con fe, pedir dirección para nuestras decisiones, fuerza para luchar por nuestro matrimonio, sabiduría para guiar a nuestros hijos y valentía para resistir las corrientes de este mundo. Así, nuestros hijos y su descendencia serán benditos, y cumpliremos el propósito divino de edificar familias firmes, seguras y llenas del amor de Dios.
Permite que la luz de Dios brille en tu hogar, y verás cómo su bendición transforma corazones, fortalece relaciones y deja un legado eterno en tu familia.